lunes, 19 de agosto de 2013

ARTHUR TRESS: LA INIQUIDAD DE LAS SOMBRAS


En nuestro muy racionalista siglo XXI, todavía existen algunas tribus que siguen creyendo que el tomarles una foto es una manera insidiosa de atrapar sus almas inmortales. 

Muchos de nosotros, evidenciando un oculto desprecio por las supersticiones de esos pueblos a los que llamamos primitivos o, en el peor de los casos, salvajes, solemos reírnos ante esa insólita y ridícula creencia. 

El hombre “civilizado”, ahíto de computadoras, celulares, tablets, televisores inteligentes y otros ingenios de similar factura, nos sentimos seguros tras nuestra tecnocrática sociedad ultramoderna. 

Nuestros dioses parecen ser más poderosos que los de ellos.

Pero, comparando ambas creencias, me pregunto... 

¿Cuál es la auténtica diferencia entre ese hombre primitivo y su contrapartida moderna? 

¿Quién se encuentra realmente atrapado en el interior de una caja? 

¿Es que quizá tras esa simple creencia se esconde una perversa realidad?

No cabe duda que la fotografía captura momentos de nuestras vidas, pequeños sucesos que perduran en el tiempo y que incluso van más allá de nuestra propia vida mortal. Son recuerdos de épocas que se encuentran perdidas en esa oscura vorágine de pasados que habita en lo profundo de nuestras mentes. 

Ningún ser humano ha podido sustraerse de esa fanática obsesión por retratar sus pasos por este mundo. Millones de fotografías hay llenado miles de álbumes o sistemas digitales de almacenamiento y es así como la fotografía se ha transformado en una parte indisoluble de nuestra cotidianeidad.

A pesar de ello, muy pocos han logrado trascender más allá del simple retrato familiar o turístico, ofreciéndonos un universo de nuevas probabilidades estilísticas dignas de ser tenidas en cuenta. Esos individuos han sabido captar, a través de la lente, situaciones que suelen pasar desapercibidas para el común de la gente.

Uno de ellos, considerado como uno de los grandes fotógrafos de mediados del siglo XX, es Arthur Tress, cuyos trabajos de carácter surrealista han sabido trascender con creces este singular medio de expresión artística.

Nacido el 24 de noviembre de 1940 en Brooklyn (Nueva York), Tress se inició en el terreno de la fotografía, cuando su padre le regalara una cámara a la edad de 12 años. Con ella pasó una gran parte de su tiempo libre fotografiando parques de diversiones abandonados, edificios en ruinas y fenómenos de circo.

Luego de graduarse en el Bard College con una licenciatura en bellas artes (1962), viajó a Paris para estudiar cine. También tuvo la oportunidad de visitar Japón, África, Asia y gran parte de Europa, permitiéndole tomar contacto con tribus y culturas muy diferentes entre si.

Debido a su gran interés por la fotografía etnográfica, su primer trabajo fue el de fotógrafo oficial para el gobierno de los EE.UU. a fin de retratar las culturas populares que se encontraban en peligro de desaparecer. Ello le permitió ser testigo de la destrucción causada por la extracción indebida de los recursos naturales por parte de las grandes empresas, las cuales no respetaban ni la tierra ni a los habitantes asentados en ellas.

En 1964 se trasladó a la ciudad de San Francisco, en donde se dedicó a tomar fotos de una convención republicana, manifestaciones por los derechos civiles y la gira de Los Beatles en los EE.UU. Este material, redescubierto en 2009 por el mismísimo autor, evidencia desde temprano su interés por el poder de la cámara fotográfica como medio para reflejar los cambios sociales de la época que le tocó vivir. 

Dichas imágenes no son las típicas postales turísticas que puede ofrecer una gran ciudad. Gracias a ellas podemos ser testigos de la vida cotidiana y las pequeñas cosas buenas y malas que forman parte de una sociedad.

Pero el aporte más significativo y apreciado de Arthur Tress es su trabajo en el terreno del surrealismo, desarrollado hacia fines de los 60 y principios de los 70. Dichas obras, inspiradas en una suerte de realismo mágico que entremezcla la vida cotidiana con lo fantástico y lo onírico, muchas veces rayan con una chocante y revulsiva oscuridad que nos hace estremecer de manera casi inconsciente.

Las pesadillas infantiles, los desnudos masculinos que exploran la propia homosexualidad del autor, los incoherentes laberintos, las siniestras criaturas enmascaradas y las sombras apenas vislumbradas en los bizarros paisajes o ambientes que retrata, son muestra más que suficiente de su gran talento artístico.

Si bien en la década del 90 exploró la fotografía a color, sus mayores logros residen en el blanco y negro, una técnica que le ha sido fiel a la hora de retratar esos perversos universos que tan bien sabe recrear.

Sus colecciones han sido expuestas en numerosos lugares a lo largo de todo el mundo, como el Museo de Arte Moderno de Nueva York, el Museo Metropolitano de Arte, la Biblioteca Nacional de París, en Centro Georges Pompidou, el Museo de Arte de la Ciudad de Los Angeles y el Museo de Arte Moderno de San Francisco, y también han sido editados varios libros que se han dedicado a mostrarnos su extensa obra.

Nadie como Arthus Tress ha sabido captar ese sobrecogedor y fascinante mundo de sombras que rodean nuestras existencias cotidianas. Su cámara y su perspicaz visión se encargan de mostrarnos esa oscura alma que se esconde tras esa civilización que nos ha tocado en suerte.

Quizá, después de todo, esos hombres que tan despectivamente llamamos primitivos y salvajes tengan algo de razón. 

¿Qué opinan ustedes?


-GALERÍA DE IMÁGENES- 

SAN FRANCISCO
En sus inicios, y antes de poder afinar su arte, Arthur Tress tuvo que ganarse la vida como reportero. De esta época provienen 70 fotos que retratan la vida de la Ciudad de San Francisco en el año 1964, una época caracterizada por sus profundos cambios socio-políticos y culturales. Dichos trabajos habían sido totalmente olvidados por su propio autor, el cual las encontró en una caja que se hallaba en el desván de la casa de su hermana. El fotógrafo decidió donarlas para que fueran exhibidas en el Museo Young de San Francisco en 2009.

Según diría James Ganz, curador del museo:- "Esta muestra es como una evocadora cápsula del tiempo y una fascinante contribución del legado fotográfico de Tess"



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