El texto corresponde a uno de los cuentos presentes en el libro “MODERAN”, escrito por David R. Bunch (1925-2000) y publicado por Avon Books en 1971.
Las esculturas, que están realizadas con chatarra, son obra de los escultores Ale Curtto y Damian Casarrubia.
Las fotografías fueron tomadas por quien les escribe en el Centro Cultural Marcó Del Pont, que se halla situado en la calle Artigas 202 del barrio de Flores.
BATALLA GANADA
Cuando puse en ON el gran interruptor naranja y la energía asió nuestro complejo, fue un día de orgullo.
Por todo lo alto. La luz se encendió en la torre de nuestra bandera mientras el estandarte se apropiaba de su espacio en lo alto de Fortaleza 10 y estuvimos en marcha, comprometidos. Y anunciados.
A través de las escobillas de hierro de sus pies, inmóviles o andando, los hombres de armas extraían energía del suelo energético; mi metal empezó a zumbar y bullir, y mis tiras de carne fueron alimentadas forzadamente con un vivificante elixir de EMPUJE. Este momento especial de progresar hasta Rey sólo puede ocurrir una vez en la vida de un hombre de Fortaleza; el tiempo, el tiempo jamás hará una visita idéntica. Yo viví mi momento hasta el borde cimero-cimero.
Yo estaba de puntillas con mi sentido de misión y mi sentido de orgullo. Estar en la casa del poderoso, ¡ser un REY! Era un instante para pensar en viejas derrotas; era un instante para saber cómo debían pagarse todas las deudas. Con balas, granadas, golpes y obliteración. Con completa y excelente fruición. Cancelado.
¡SI! ¡Ser un hombre de metal para siempre!, tan sólo con unas pocas tiras de carne minimizando ¡mi ruda personalidad! ¡La MUERTE yacía derrotada! El TIEMPO estaba vapuleado, flagelado por la Fortaleza. MIEDO era una cosa abatida a balazos. Yo disponía de eones y eones y eones para estremecer al criminal mundo por su avaricia, por los temores causados, por los aspectos totales de la duda. Tendría tiempo ilimitado para gastar mi rabia, exigir mi revancha. Y eso, simplemente, podía requerir tanto-tanto tiempo...
Consideren lo que había sido el hombre a partir del aterrador-carnoso día de su nacimiento. CONSIDEREN. No transcurría un segundo, no se movía un átomo, no transpiraba una acción en el espacio — ¡EN NINGUNA PARTE!- que no fuera una amenaza totalmente notoria para el hombre. Cómo se agazapaba entre las zarpas del mundo, bajo las gigantescas garras del riesgo, pulposo, enteramente vulnerable..., y temeroso.
El hombre no podía dar un paso, no podía tratar de lograr otra recompensa que no fueran los perros del miedo aullando y los chacales del retroceso apareciendo para decir, ¡RETROCEDE! ¡NO ES PARA TI!
Y cuanto más intentaba vencer y cuanto más porfiaba en atacar de un modo efectivo, tanto más deprisa profundizaba hacia la derrota total de su tumba. ¡No había victoria alguna! Yo envidiaba a las rocas, en aquellos tiempos; envidiaba a los pilares de piedra, a los huesos viejos; yo envidiaba al mismo aire. Envidiaba incluso a los animales, pues ellos no sabían —pensaba yo— cuan total iba a ser su derrota en la pila de huesos de la muerte. Sólo el hombre lo sabía. ¡EL LO SABIA! Y sin embargo se lanzaba una y otra y otra vez sobre las puertas de hierro del desastre asegurado en la pequeña vida en que navegaba. ¿Admirable? ¡Nada de eso! ¿Estúpido? ¡SI! Incomprensible. Inapropiado. ¿Por qué hacerlo?
Yo no tenía respuesta en mis días pulposos. Sólo tenía temores. Temores largos. Temores cortos. Temores medios. Partes de temores. Temores completos. Temores fragmentados. Temores ficticios. Temores sin razón. Temores irrazonables. Todos los tipos de todos los temores.
Y no obstante... No obstante, yo tenía una especie de coraje en aquellos tiempos. Oh, sí. Una especie de alarde. No me digan que no. Ir a dormir por la noche requería algunas veces de todo el coraje que yo pudiera encontrar en todo mi morral. Enfrentarse a aquella oscuridad, desconocedor, silente y dormido, sin mis usuales centinelas sensoriales fuera, más vulnerable, si cabe, que toda mi vulnerabilidad total en vela... Oh, riesgo total TOTAL.
Y aun así me iba a dormir casi todas las noches a una hora u otra. De manera que me enfrentaba a la Muerte todas las noches. Una noche, todas las noches, mi pequeña muerte que arrostrar. NO ME DIRÁN que yo no tenía problemas en aquellos tiempos... Y después despertar. Oh, qué alivio, sólo por un instante, descubrir que no había muerto. ¡No me dirán que yo no tenía mis victorias en aquellos tiempos!
Pero a continuación las derrotas cercaban con rapidez en pos del instante, completamente viejas, tristes y negras, derrotas acumuladas, para devolverme estrepitosamente a la no-victoria. Dejen que diez pulsos titubeen rápidamente una vez en la casa temblorosa de la sangre del hombre y vean lo que aparece después. Un ataúd con cantos negros y un hombre estrella principal en su interior en un día de ataúd. ¿Qué dios-monstruo del azar armó este titubeante artilugio, ideado para fallar, fallar y fallar y hacernos estremecer de miedo en los garrudos días y las doblemente garrudas noches? ¿Dónde y por qué se ríe ahora ese dios?
¿DONDE Y POR QUE SE RÍE AHORA ESE DIOS? ¡Ahora no se ríe de mí, no...! Y les diré por qué.
Yo soy un señor de Fortaleza, GRANDE, en la plancha blindada de la invulnerabilidad total. Mi munición está amontonada en pilas alrededor, y puedo ganar CUALQUIER guerra. Mis lanzaproyectiles permanecen impacientes en la plataforma de DISPARO, listos, a la velocidad de un pensamiento metálico, para acometer el CHASQUIDO TOTAL.
Mientras el mundo remolinea en el espacio, nuestro planeta descuella ahora intrépido y seguramente indestructible, cubierto —puesto que lo tenemos plasto-revestido, con nada que pueda triturarlo en el gran centro y nada que pueda gastarlo en los lejanos ejes.
Y ahora yo no tengo que envidiar a las piedras, ni a los pilares de piedra. Ni tampoco a los animales. Soy más fuerte que las piedras y más testarudo que los animales.
¡LA CIENCIA HA HECHO UN HOMBRE! ¡EL HOMBRE DE METAL NUEVO! La ciencia ha cubierto y ha vuelto limpia la sucia esfera de la TIERRA para que ese hombre se apoye en ella.
¡SI! Buen plan de la ciencia, ven y trae tu vieja y blanca cabeza y déjame estrechar tu puño. Me has alzado del pozo. Me has salvado de la viscosa oscuridad, la humedad del suelo y los gusanos.
Me honra ser HOMBRE ahora, HOMBRE de metal nuevo. Mientras que otrora me deshonraba ser hombre, verme ridiculizado, escarnecido, sufriendo los abusos de un dios o unos dioses que no dejaban de reír en algún lugar del cielo místico y misterioso o en las cimas de montañas humeantes que tomaban nota de mí en libros mayores de chillona luz. El balance se usaría en mi contra conforme yo reptaba hacia el Juicio. ¿¡Y yo creía todo eso en otro tiempo...!?
Hay que decir de una vez por todas para el crédito total del hombre que aunque él creyera en esas cosas primitivas y extravagantes y estimaba las posibilidades sin esperanza, reaccionaba luchando, ¡siempre! Realmente algo indestructible del hombre debió haberlo salvado para esta victoria completa que yo conozco ahora, el triunfo del metal nuevo, la divinidad de los pocos escogidos, la total seguridad eterna de los Reyes con 'reemplazos'.
Demasiado asustado para marcharse, demasiado asustado para quedarse, atrapado en terreno indefensible, el hombre tragaba aire para la batalla en los escupientes labios de la muerte, ataba su coraje a todos los puños que poseía y rezaba por conclusiones que no fueran insoportables.
Y a veces, de un modo muy sorprendente, ganaba alguna pequeña refriega, aun en la noche más entintada de su desesperación. Otras veces pasaba la prueba con banderas al viento y estruendo de trompetas para contemplar al seguro vencedor. Y en ocasiones pronunciaba discursos para decir que todo era factible y valía la pena. Y vosotros, los pobres diablos carnosos de ahí fuera, sabéis a qué me refiero.
Todas las victorias deben ser duramente obtenidas y temporales para vosotros, y apenas justifican la molestia. Porque debajo de todo eso se esconde la mayor, la más invencible, la más concluyente batalla de batallas. Cualquier victoria alegada HA DE SER condicional y exclusivamente linternas humeantes rodeadas por el negro negrísimo de la oscuridad. OLVIDADLO, pobres diablos carnosos. VOSOTROS no venceréis ahí, y lo sabéis. En la más profunda médula de vuestros temblorosos huesos enfermos de miedo, sabéis que no ganaréis la Batalla de la Muerte... Ni aunque seáis el Papa.
Pero ahora no tenemos que ganar la Batalla de la Muerte. Esa batalla jamás será librada por nosotros.. JAMAS, porque hemos arrollado al Adversario adelantándonos a la batalla que él planeaba.
¡SI! Nosotros somos la sustancia en ejercicio, motora del Sueño Moderano. Hace mucho tiempo nuestros científicos, esos grandes reyes discernidores de los laboratorios, donde las teorías eran sometidas a la prueba de la probeta, vieron que la vida carnosa y la vida vegetal eran en esencia intolerables, improbables, nada plausibles y quizás imposibles en nuestro hogar del globo terráqueo. Si no hubiéramos tenido a estos hombres fríos discernidores madurando junto con los enfangadores, despistados y magos míticos que eran nuestro otro vanagloriado progreso...no sé, con toda franqueza, qué habríamos hecho finalmente. Aquí en este globo que era nuestro amenazado, improbable, impredecible y casi imposible hogar.
Pero ahora nos hallamos en la claridad, gracias a la ciencia, nuestra otrora sucia esfera terráquea está limpia, cubierta de plástico, nuestro apenas usado aire es ahora fundamentalmente un decorado, coloreado bellamente con un tinte distinto para cada mes (¡oh, encantador escudo de vapor!), nuestros océanos en otro tiempo arruinados por la basura están sólidamente congelados, con todos los espacios superfluos arrastrados hace tiempo, y nuestras temperaturas tan apacibles e inalterables como siempre quisimos que fueran, mediante el Control de Estaciones de Central.
¡Y los pájaros...! ¡Los pájaros son ahora de hojalata coloreada! Y todos los animales están provistos de motor, mientras que los árboles sintéticos brincan desde los planeados agujeros de la Tierra y brotan para nosotros hojas 'reales' que sobreviven al proceso.
¡AH, MODERAN! La tierra donde las hojas no caen; la tierra de la tierra plasto-revestida... Dulce dulce mi hogar, duro como un tiesto.